Esta es una serie que empecé sin pensar que iba a ser una serie, pero me encuentro escribiendo el cuarto cuento y ya uniendo las partes, así que sí… en eso se convirtió.
Podés leer la primera parte acá.
—Por acá —le dijo la mujer. Le abrió la puerta tras bastidores y Esteban casi se llevó puesta a una chica vestida de negro con la credencial de “STAFF” del evento. La conmoción hizo que todos se voltearan a ver, incluyendo a Santi, que se golpeó un reloj imaginario en la muñeca mientras Esteban se acercaba.
—Casi media hora tarde, Tebo.
—Sí, sí. Ya sé. Perdón.
—¿Estás bien? Mara me mandó un mensaje diciendo que…
—No, no te preocupes. No es para tanto. Estoy bien. —Esteban se asomó intentando mantenerse escondido. Había bastante gente. La mayoría mirando al presentador, pero alguno que otro intentando ver hacia los costados del escenario. El hombre parado en el centro, junto a una mesa chica con mantel blanco y dos micrófonos, los miró y levantó las cejas a modo de interrogación. Esteban alzó los pulgares—. Toda esta gente está por nosotros o…
—… grandes creadores de mundos. Especialmente de este…
—No me cambies de tema, gil. Lo que te pasa no es normal.
—… que nos tiene a todos atrapados…
—Mirá quién habla de ser normal… —Pero cuando lo miró, la cara de preocupación de Santi le dijo que no estaba jugando.
—… con cada número de “El lodo”.
—Mara te dijo que quiere ir a ver a un médico, ¿no?
—¡Con ustedes…
—Y tiene razón, Tebo.
—… Esteban Márquez…
—Estoy bien, en serio —Entró al escenario saludando.
—… y Santiago Sosa!
La sala empezó a aplaudir, algunos con ejemplares del comic en sus brazos.
—¡Guau! —Esteban acercó la silla apoyándose en la mesa. Miró con una sonrisa al público y después a Santi, que se sentaba junto a él—. Y mi profesor de matemáticas que me dijo que iba a ser un fracasado.
—Y tenía razón. Sos un fracasado —respondió Santi.
El público se rio.
—Al menos soy un fracasado con facha.
—Cómo te mintió tu mamá, eh…
Eran buenos en lo que hacían. Recién terminaban de acomodarse y ya tenían al público comiendo de la palma de su mano.
—Lo vas a tener que discutir con ella. Aprovechá, andá, yo me encargo de todo acá.
—No, después llamo a doña Daniela. Los dos sabemos que no te podemos dejar solo con toda esta gente. Van a necesitar que los rescaten de verte la cara tanto rato. Que seas el único punto focal sería como un látigo a los ojos.
—¿Así que vos sos el héroe de la noche?
—Totalmente. Pero no se preocupen —se dirigió directamente al público—, ese es todo un honor.
—Tranquilos, no desesperen. —Esteban se acercó al micrófono y puso una mano como si estuviera contando un secreto—. Yo no voy a dejar que el señor Sosa se ponga soso y los aburra. —Miro a Santi con una sonrisa, este le respondió mordiéndose el labio, como diciendo “de qué hablás”.
—Discúlpenlo, le falla un poco. Arranquemos con las preguntas. —Un montón de manos se levantaron—. Sí. —Señaló a un chico con campera de cuero.
—Hola, Esteban, Santiago. Primero que nada, quería decirles que es increíble poder hablarles. Leo El lodo desde el primer número y me inspiraron a crear mis propias historietas. Y quería saber qué le dirían a alguien que recién empieza, para mejorar y crear buenas historias.
—¿Cómo es tu nombre? —preguntó Santiago.
—Marcos.
—Marcos. Asumo que sentís que tus historias son una porquería.
—Sí.
—Te soy sincero. Si fuera por este —señaló a Esteban—, El lodo jamás habría sido publicado. Por supuesto que, si hoy estamos acá, es gracias a mí, —volvió a causar la risa de los presentes—, que encontré la primera versión en la casa de doña Daniela, con unos dibujos horribles. —Esteban le dio una palmada en la cabeza—. Pero bueno —se sobó—, tomé las riendas del asunto y acá estamos.
—Creo que nosotros, los creadores, —intervino Esteban— somos los más duro con lo que hacemos. Pero si algo me enseñaron estos años es a diferenciar la película que nos hacemos en la cabeza de lo que es realmente el proceso de crear de una historia. No es en una sentada, no se hace solo, aunque te quieran hacer creer que sí. La realidad es que trabajás con otros, buscás opiniones y, en el mejor de los casos, recibís los comentarios de gente experta para mejorar y es eso, pulirla, así que concentrate en terminar, aunque te parezca la peor mierda que pueda existir sobre la faz de la tierra. ¿Te hace sentido?
Marcos asintió, se llevó el micrófono una vez más a la boca y, con un “gracias”, se lo devolvió a la asistente y se sentó.
—¿Quién más? —Santi escaneó la sala con las manos levantadas—. Por allá, el chico de anteojos de camisa a cuadros.
La asistente le alcanzó el micrófono.
—Hola, chicos. Un gusto. Me llamo Catriel y tengo 14 años. Mi mamá es una gran fanática tuya y me empezó a dar sus historietas cuando cumplí 12.
La sala volvió a estallar en aplausos.
—Todo un honor ser parte de una familia —dijo Esteban.
—La primera historieta salió publicada en el 2015. Ya casi 10 años del primer número.
—Un montón.
—Me llama la atención cómo es que algunas cosas que se plantean en la historia no están tan lejos de nuestra sociedad. Pensando en la posibilidad de un futuro como el de El lodo, ¿creen que Esban y sus amigos van a poder sobrevivir al campo?
Esteban se balanceó en las patas traseras de la silla con un “ish”.
—Me pasan dos cosas con esa pregunta. La primera es que, desafortunadamente, no tengo la respuesta. La historia de Esban y compañía la escribo así como me viene llegando, así que no lo sé. Ojalá que sí. Esas personas están sufriendo mucho.
—Es medio maldito con esos chicos, ¿vieron? Se hace el angelito, pero en el fondo es…
Esteban acercó su boca al micrófono y con una voz gutural dijo:
—El destructor de almas.
—Todo un demonio —dijo Santi mirando al público, pero apuntando a Esteban con el dedo pulgar.
Los dos se reían y las preguntas del público continuaban, hasta que una chica se levantó y señaló a Esteban.
—Perdón. Me parece que estás sangrando.
Esteban se miró la remera. Por el costado, desde abajo, se asomaba y expandía una mancha roja. Esteban se levantó rápido, dio un paso hacia el costado, pero volvió al micrófono.
—Disculpen, ya vuelvo. —y salió del escenario.
Esquivó a las personas que le preguntaban si estaba bien, salió de la sala y cruzó el pasillo, entrando directamente al baño. Se sacó la remera. La herida inferior había mojado todo el vendaje. Casi se salió solo de la cantidad de sangre que tenía. Borboteaba peor que esa mañana. Miró al dispenser de toallas de papel y empezó a sacar una tras otra hasta terminar con una buena cantidad en la mano. Se las apretó como pudo contra el corte en la parte de atrás de la cintura.
Santi abrió la puerta del baño y se paró en seco mirando el enchastre que estaba haciendo Esteban con tanta sangre.
—A la mierda… Mara no exageraba.
—Así parece —dijo intentando mirarse la espalda en el espejo. Esteban miró el papel encharcado de rojo y lo tiró, antes de agarrar más.
Santi salió del baño y volvió dos minutos después.
—Acá está —dejó la puerta abierta para que el médico del evento entrara al baño.
El teléfono de Esteban vibró justo a tiempo para ignorar la expresión de este al verle la espalda.
“Te van a ver en la Clínica Hypnos. Tenés turno esta misma noche”.
—Le avisaste a Mara —acusó Esteban.
—Obvio que le avisé a Mara —Santi le respondió en el mismo tono—. Sos mi mejor amigo, imbécil. No podés seguir así.
—Discúlpenme, caballeros —dijo el médico—. Esto puedo limpiarlo acá, improvisar algo, pero vamos a tener que llevarte al hospital más cercano.
—¿Es realmente necesario? —Esteban se apoyó en el lavamanos.
El médico miró al pequeño charco de sangre a los pies de Esteban.
—Es realmente necesario.
Si te gusta lo que hago…