El cuadro - Parte II
Esta es una serie que empecé sin pensar que iba a ser una serie, pero me encuentro escribiendo el cuarto cuento y ya uniendo las partes, así que sí… en eso se convirtió.
Acá están todas las partes publicadas hasta ahora:
El sol le dio justo en la cara. Odiaba despertarse así, más con la tremenda resaca que tenía, pero después de soñar con los gritos, los golpes y el fuego, agradecía haberse olvidado de volver a cerrar la persiana.
Si tan solo se hubiese movido a la cama en vez de quedar tirado en el sillón… Se apretó la cabeza y se sentó, pisando algo no tan firme.
—¡Ay, la concha de tu hermana!
Pablo levantó los pies. Mariano se sentó sobándose el pecho.
—Jodete por pelotudo. Y dejá a mi hermana fuera de tu boca sucia. —El estómago le daba vueltas—. Dios… tendríamos que haber parado dos cervezas antes.
Mariano se levantó.
—No son tiempos felices para estar sobrio, amigo —dijo yendo al baño.
—Traete las aspirinas del botiquín, ya que estás —Pablo se frotaba la cara con ambas manos.
El teléfono empezó a vibrar. Se iba moviendo como una abeja. Y lo habría dejado caer en el espacio de las maderas del pallet, pero la ID decía Mamá y abajo 23 llamadas perdidas.
—Vieja…
—¿Dónde estabas, Pablo? ¿Sabés lo preocupada que me dejaste? ¿Cómo vas a hacer una cosa así?
—Para, mamá. Hablá más despacio que recién me levanto.
—Claro, por supuesto que recién te levantás. Armás un desmadre y después te tirás a dormir como si nada. ¿Acaso no pensás en tu hermana? ¿En tu sobrina?
Mariano volvió a la sala con un vaso de agua y le ofreció el analgésico.
—¿De qué hablás? ¿Pasó algo con Sol?
Tocaron el timbre. Pablo giró la cabeza para ver por la ventana y, con la voz de su madre en el oído, se levantó a abrir.
—¿Estás bien, pibe? —Aldo lo miraba preocupado desde afuera.
—Sí, ¿por qué no lo estaría? —Abrió la reja con el control remoto. El aire olía rancio.
—¿No saliste todavía?
—La verdad que no.
—Vení.
—Mamá, te tengo que dejar —dijo ignorando el reproche de su madre y fue hasta la vereda. En la pared de Doña Rosa habían dibujado la “T”. La misma de su cuadro. La ventana estaba toda cerrada.
—¿Qué pasó ahí?
Aldo se dio vuelta un momento.
—No sabés el odio que tenía Doña Rosa. Se fue esta mañana a hacer la denuncia. Pero vos tenés tus propios asuntos —Aldo señaló a la pared.
Líneas líquidas empezaban a ponerse negras. Eso era lo que olía tan mal. Huevos que empezaban a pudrirse con el calor del mediodía en la pared de su casa.
—¿Qué mierda está pasando?
—Pablito —Mariano salió mirando su teléfono—, tenés que ver esto.
Un programa de streaming en YouTube mostraba en la mitad de la pantalla la misma imagen de su cuadro.
—… Apareció en varios puntos importantes de la ciudad, pero su exposición más impactante es esta gigantofrafía. Contanos dónde está, Damián.
A Pablo se le tensó la mandíbula.
—Está sobre el edificio de Banco Nación, en Plaza de Mayo, mirando a la Casa Rosada.
—Su autor es un jóven de 27 años de Villa Adelina —retomó el locutor—, un artista en ascenso que, según nos dice acá Damián Magillán, su agente, estaba por conseguir un contrato pero… algo pasó.
—Sí, exactamente. Pablito es un artista increíble, con una capacidad para transmitir emociones fuertes en cada una de sus obras y que, la verdad, se merece todo el éxito del mundo.
—Pero cómo fue que apareció de repente en toda la ciudad.
—Es una intervención. Ayer, cuando lo terminó, me mandó un mensaje diciéndome que tenía que ponerlo en todos lados y bueno, con un poco de ayuda, lo conseguimos. La idea es que cada persona la interprete según le parezca, pero busca, en el fondo, mover a las personas, como cada una de sus obras que van a estar expuestas la próxima semana, incluyendo esta…
—Que hijo de puta… —Pablo entró, agarrándose del umbral de la casa, y miró el atril. El cuadro no estaba.
—Pero es una imagen bastante potente —comentó el locutor.
Pablo le devolvió el teléfono a Mariano y, en el suyo, abrió los mensajes con su agente. Ahí estaba. El cuadro, la explicación de la intervención, una confirmación de conformidad y el aviso de que se la estaba mandando a Damián en una moto.
—No recuerdo nada de esto.
Mariano leía el chat junto con él. Se llevó una mano a la boca y le apretó el hombro.
—Creo que fui yo.
—¿Qué?
—Me contabas de cómo tenías este sueño recurrente, que lo sentías tan vívido y el miedo que te producía —Mariano hablaba rápido— y después hablamos de lo difícil que está todo y lo bueno que sería hacer algo que sacudiese las cosas, y te quedaste dormido. Y entonces justo llegó un mensaje de Damián y me quedé hablando con él.
—Tal vez deberías ir a la policía, pibe.
Pablo lo ignoró y llamó a Damián.
—Pablito, querido. ¿Cómo estás?
Entró dos pasos más a la casa. Mariano y Aldo mirando desde la puerta.
—Sacá ya esa imagen.
—¿Qué pasó? Las puedo sacar, sí, pero no va a cambiar nada. Fue todo un éxito. Hay un montón de pedidos de copias de tu obra, querido. Te salvaste.
—Forro, me llenaron de huevos la casa y tengo esa “T” dibujada en la pared de enfrente. No podías hacer esto sin hablar conmigo primero ¡Y mucho menos así de palabra! ¡Ni una firma, pedazo de hijo de puta!
—Pero si lo hablamos anoche…
—¡No! ¡Anoche intercambiaste mensajes con Mariano! ¡No hablaste nunca conmigo!
—Bueno, bueno… Tampoco es para tanto.
Si lo hubiera tenido en frente...
—¿¡Que no es para…?! No podés hacer estos arreglos por mensajitos, Damián. Arreglá esto ya. —Cortó.
—¿Qué vas a hacer?
Se giró a mirar a su supuesto amigo. La voz de Mariano le ardió en la carne.
—¡Te dije que no lo quería compartir!
—Técnicamente me dijiste que no sabías si lo querías compartir.
Lo miró medio segundo y se le fue encima. Mariano salió corriendo al jardín delantero, llegando hasta la reja, pero no le hizo falta huir más allá. Pablo no lo agarró porque Aldo le bloqueó el paso en la puerta y lo tomó de los brazos.
—Mirá, pibe, yo entiendo la bronca, pero ahora no es momento de ponerte a pelear.
Pablo mantuvo la mirada en Mariano un momento y después se concentró en Aldo. Exhaló y asintió.
—Tenés razón. —Agarró su riñonera que colgaba de la pared, se acercó hasta Mariano y se le plantó a centímetros de la cara—. Más te vale que no estés acá cuando vuelva —se dio media vuelta y encaró a la esquina.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Mariano aferrándose a la reja.
—Me voy a lo de mi hermana —respondió sin volverse a mirarlo.
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